ZUBIN MEHTA CON LA UNIÓ MUSICAL DE LLÍRIA

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La figura de Francisco Casanovas Tallardá ha producido un feliz maridaje entre la Unió Musical de Llíria y Zubin Mehta. Casanovas fue un músico catalán, muy andarín, que recaló en Bombay y estableció allí profundos vínculos de amistad con Mehli Mehta, violinista y padre de Zubin. Este, muy joven, recibió de Casanovas lecciones en el ámbito familiar, y esos vínculos parece que pesan todavía en el ánimo del director hindú. Casanovas, tras sus 26 años en India, trabajó en Gran Bretaña, luego en Amposta, después —y aquí está el otro extremo de la conexión— dirigió la Unió Musical de Llíria, acabando por último en Torrevieja.

En 1979, en el contexto de una época donde se escuchaba en Llíria lo que no podía escucharse en la ciudad de Valencia —no había auditorios—, Zubin Mehta actuó en el teatro de la Unió Musical junto a la Filarmónica de Israel. Quienes tuvimos la suerte de asistir y andábamos huérfanos de repertorio sinfónico, no podemos olvidar aquel concierto. Ni aquel ni el de Celibidache, Giulini, Fedosiev o Dorati. Todos en Llíria, desde luego. Y es también allí donde nace la idea de organizar una exposición sobre Casanovas, coronada por un concierto en el que Mehta dirigiera a la banda de la Unió Musical. Todo ello se hizo realidad el viernes, con la sala a reventar y el escenario también, albergando a 150 músicos ilusionados ante la perspectiva de ser dirigidos por una de las mejores batutas actuales. Se palpaba, por otro lado, la curiosidad de ver a Mehta dirigiendo a una banda. Este no cobró nada por su actuación, y permitió que el ensayo de la mañana se abriera a todos los que no habían conseguido entrada para la noche.

En el primera parte, el actual director, Enrique Artigas, llevó la batuta en tres piezas de Casanovas. Se hizo patente en ellas la gracia melódica, así como el sincero acercamiento a la música popular. A destacar el primor con que se interpretó el pasodoble inicial, así como el límpido solo de saxofón de Miguel Torres en Guajiras.

En la segunda, Zubin Mehta dirigió, en transcripción —siempre discutibles—, la obertura de Rienzi (Wagner) y dos movimientos de la novena sinfonía de Dvorak. Lejos de limitarse a cumplir el expediente, lució sus eficaces maneras habituales: mano derecha infalible para la métrica, mano izquierda moldeando plásticamente la música y, de aspavientos, los mínimos. El público aplaudió a rabiar, y se dio, como regalo, el Intermedio de La boda de Luis Alonso, ejecutado, quién lo iba a decir, con más salero del que lucen muchos directores autóctonos.

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