UNA RESERVA DE LIBERTAD

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Durante el confinamiento estricto que sufrimos hace tan sólo unos meses a nivel nacional, nos dimos cuenta, al menos una gran mayoría, de la importancia que el arte, en toda su expresión, tiene a diario en nuestras vidas. Algo a lo que no se había prestado demasiada atención, algo denostado por políticos de uno u otro signo, de repente, servía de bálsamo de forma pública a través de los balcones, y de forma privada y personal el resto del día. Así, los libros, la música, el cine, y tantas otras fórmulas culturales, comienzan a servir como el más útil de los antídotos para no enloquecer; como ayuda para mantener cierto contacto con una realidad que, a todas luces, jamás habríamos imaginado.

Ahora que seguimos en época de pandemia, pero bajo ese siniestro nombre de nueva normalidad, hemos retomado nuestra actividad laboral de manera presencial o telemática y los estudiantes han vuelto a las aulas. En definitiva, la vida sigue. Sin embargo, la situación de confinamiento y esta nueva normalidad tienen algo de positivo: han removido alfombras, han abierto puertas y ventanas para destapar la verdadera situación de la sanidad, de las condiciones laborales precarias en una gran cantidad de empresas y de la educación. De manera forzada, nos hemos visto obligados a quitarnos la venda de los ojos y hemos topado de bruces con una realidad que, evidentemente, no es nueva. La teníamos delante, pero no queríamos verla. 

No vamos a tratar aquí el asunto de la sanidad o de las condiciones laborales ya que, aunque interesante, estaríamos ante un artículo extenso, pero sí sería interesante poner el foco en la educación. 

Desde el punto de vista de la educación, ha quedado patente el importante retraso tecnológico y digital de las aulas de prácticamente todos los niveles educativos, lo que complica mucho la labor de las clases a distancia que, de alguna manera, y sin ser la panacea, es una de las soluciones ante posibles confinamientos selectivos. Nos hemos encontrado ante unas aulas desbordadas en ocupación, con unas ratios que en nada benefician a una docencia de calidad, y también ante una falta alarmante de profesorado; porque no se convocan oposiciones y no se contrata. 

Si centramos la cuestión en el mundo de la música y, más concretamente, en el rico, amplio y bello universo de las bandas de música —al que pertenezco desde que tengo uso de razón— que, no olvidemos, es el motor cultural de la comunidad Valenciana y de gran parte de España, el estado de la situación es, cuanto menos, para preocuparse. 

Bien por la desidia de gobiernos nacionales, autonómicos y locales, bien por el conformismo de los gestores de escuelas de música —hay a quien ni siquiera la pandemia le ha invitado a reflexionar—, o bien por la tendencia a lanzar el balón hacia delante y correr todos tras él, hemos podido caer en la cuenta de que, posiblemente, la tendencia y la dirección en la que estamos caminando no es del todo correcta. Invertimos mucho esfuerzo en fomentar la competitividad, en tener la banda más grande, la escuela más grande, el mayor número de alumnos, en pelear y competir en certámenes, tocar la obra más rara, más difícil y probablemente menos cargada de belleza, pero descuidamos lo esencial: la propia música, el respeto a la música y, con ello, el respeto al docente, al alumnado —algunos de ellos serán futuros docentes—, a los padres, madres, abuelos y abuelas que pagan religiosamente las cuotas. Hemos centrado tantos esfuerzos en crecer, que nos hemos olvidado de cómo estamos creciendo y con qué estamos regando las raíces de nuestro universo musical. Hemos abierto las ventanas tras el confinamiento y, al parpadear, nos encontramos ante locales de ensayo mal planificados para cumplir su labor —la mayoría de las veces por el abandono político que lleva a situar a la banda de música en el único sitio libre—, aulas y espacios educativos pequeños, estrechos y, en ocasiones, ni siquiera con acceso a ventilación y luz natural. ¿Cómo es posible que hayamos invertido tanto esfuerzo y dinero, en muchas ocasiones público, en una competitividad insana en lugar de emplearlos en los recursos dignos que la música requiere y merece?

Decía Canetti: ¨llegará un tiempo en el que sólo a través de ella [la música] podremos escabullirnos de las estrechas mallas de las funciones; y conservarla como una reserva de libertad poderosa y no influida deberá considerarse como la tarea más importante de la vida espiritual futura.¨ 

En nuestra mano, y con el compromiso de políticos y gestores, está la posibilidad de seguir regando nuestro jardín, de cambiar el modelo actual a una competitividad sana, invirtiendo en futuro, en nuevos espacios provistos y preparados para la salud, la tecnología y la docencia en condiciones dignas. Hagamos de la educación, y no sólo la musical, un lugar de crecimiento, de autonomía y diversión. Luchemos, como sostiene Canetti, por crear una reserva de libertad, y seremos mejores. Quizá no los más premiados, los más valorados, los que más alumnos tienen, pero sí más auténticos, honestos y humildes. 

Rubén Jordán,

compositor.

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