Roberto Abbado a les Arts

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Escrito por: Ángel Crespo

Extraño programa el ofrecido por el Director Musical de Les Arts, el maestro Abbado. Sobre todo por el orden de las obras, ya que se interpretó en primer lugar el plato más fuerte, dejando para la segunda parte dos piezas casi de «relleno». 

La Sinfonía nº 4 en Sol Mayor de Gustav Mahler (Bohemia, 1860 – Viena, 1911) es una impresionante obra que forma parte del repertorio de las mejores orquestas del mundo y la Orquestra de la Comunitat lo es. Mahler empezó su composición en 1899 en un pequeño pueblo de Austria contemplando la naturaleza en verano y fue terminada en julio del año siguiente. La orquestación definitiva es de 1911 y está estructurada en cuatro movimientos, – más corta y ligera que sus predecesoras –  ocupando el Scherzo el segundo lugar, al igual que Beethoven en su Novena. Theodor Adorno nos cuenta que los «cascabeles del bufón» articulan el primer tiempo tanto formal como expresivamente – exposición, repetición variada, desarrollo, reexposición y coda -, y nos lleva a un mundo infantil. También con el violín afinado más agudo, tocando de forma casi libre en el segundo movimiento, o con los textos en la última parte – el lied – de «la vida celeste», versos cantados por una soprano. La infancia, una de las obsesiones que siempre acompañaron a Mahler. En resumen: ambigüedad de sentimientos con música exultante pero nunca ruidosa – la instrumentación no lleva trombones ni tuba, pero incluye cuatro flautas, tres oboes con corno inglés, tres clarinetes con clarinete bajo. tres fagotes con contrafagot, cuatro trompas, tres trompetas, cinco percusionistas, arpa y las cuerdas al completo-.

En la segunda parte, con la orquesta reducida casi a la mitad, escuchamos una obra también con soprano de Samuel Barber (Pensilvania, 1910 – Nueva York, 1981), autor del famosísimo Adagio para cuerdas. Se trata del Op.54, Knoxville: Summer of 1915, compuesta en  1947 sobre un texto en prosa de James Agee, escrito nueve años antes. Narrado por un niño, a veces casi adulto, nos habla sobre una noche de verano en Knoxville. Tennessee. Un sueño fantástico, con música muy lírica y estética neorromántica.

Terminó el concierto con la Sinfonía nº 3 en Re M, D.200 de Franz Schubert ( Viena, 1797 – 1828 ), obra de duración más bien corta, escrita en 1815 – año muy fecundo para el autor; más de doscientas obras -, pero que no se estrenó completa hasta 1881, y claro, al público le parecería un ejercicio de juventud al lado de su Octava y Novena. Basada en figuras rítmicas breves y en el proceso armónico – sobre todos los movimientos primero y cuarto -, más que en temas concretos. Música muy juvenil, mozartiana e italianizante – el Presto Vivace final es una tarantella -.

Estas pequeñas notas al programa de los anteriores párrafos, es lo mínimo que un Programa de mano de un auditorio del nivel – tanto artístico como económico – del Palau de les Arts, debería ofrecer a sus espectadores. No se puede ahorrar gastos en algo tan importante como es la información de lo que se va a escuchar. Los escritos de los programas de conciertos han sido y son un referente musical y cultural en todo el mundo. Grandes críticos, musicólogos, o sencillamente grandes estudiosos y melómanos, nos han dejado un legado escrito importantísimo para la cultura musical. Y en València tuvimos y tenemos grandes ejemplos, como López-Chavarri padre e hijo, Gonzalo Badenes, Alfredo Brotons o Justo Romero.

Y bien, el concierto fue un éxito absoluto; una orquesta en estado de gracia – que llevaría no menos de veinte músicos de refuerzo entre las cuerdas y algo de percusión -, unos solistas de viento excepcionales – sobre todo Joan Enric Lluna con el clarinete en Schubert y Salvador Sanchis con el fagot en Barber. Qué perfección en la afinación de las cuatro flautas en Mahler -. Creemos sinceramente que las cuerdas, que siguen sonando delicadas y suaves, están perdiendo potencia sonora en los últimos años respecto a los vientos. Y eso que solo faltaban cuatro violines segundos para completar los sesenta y dos instrumentistas de cuerdas que forman una orquesta sinfónica. Muy bien también la soprano sueca Elin Rombo, con una bella voz, aunque por la potencia, más apropiada para Barber que para Mahler. Pero creemos que la obra de Barber fue programada para que la cantante tuviera más papel en el concierto de más de dos horas. Roberto Abbado controló perfectamente todas las situaciones, dirigiendo con claridad y elegancia en el fraseo, aunque en Mahler echamos de menos a su tío Claudio…

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