Andrés Moreno, virtuoso del sonido. D.E.P

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Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo», podría decir, como canta Serrat, Andrés Moreno.
La generosidad, la bonhomía de Andrés es, al igual que ese mar que le acogió en su nacimiento, casi ilimitada. Andrés es la quintaesencia de la mediterraneidad: creativo, apasionado, inquieto, sensible, de manos y corazón abiertos.
Andrés Moreno nació donde únicamente podía nacer, en Cartagena. Tuvo la suerte de ser muy querido por los suyos. Infancia enormemente feliz, mimado al tiempo que educado con los viejos y sabios patrones que doña Juanita y don Andrés heredaron de sus mayores. Sus juegos transcurrieron envueltos en brisa y bordados por el vuelo de las gaviotas. Sus sueños los planearon tritones y sirenas al son de marchas y pasodobles con el brillo que sólo podía darles la Banda del Tercio de Levante de Infantería de Marina.
No es de extrañar que nuestro hombre deseara en algunos momentos ser marino, tal era la fascinación que el mundo de la marinería, que impregnaba toda la ciudad desde el Arsenal militar, ejercía sobre él.
No había deseo de Andrés que sus progenitores no cumplieran. Tuvo el privilegio de montar una BH cuando muy pocos podían hacerlo. Llantas y guardabarros siempre en perfecto estado de revista.
Formó parte del llamado Quinteto Tirol: José Carlos Sacristán, Juan Alfonso García Zamora, Valentín García y José Gadella. Algo así como el súmmum de la pijería en Cartagena por aquellos tiempos. Provistos de sombrerito tirolés y con el preceptivo escudo realizado en la camisa, que en su caso, era una obra maestra salida de las manos de su madre, fina y experta bordadora.
Meticuloso y ordenado siempre, lo era ya en la adolescencia. Valga como ejemplo que los billetes de cien pesetas los llevaba correctamente doblados, en múltiples pliegues, uno a uno, en su billetera.
Andrés tuvo la suerte de que sus padres le enseñaran a amar profundamente Cartagena. Historias y leyendas le interesaron siempre. Los grandes próceres y los personajes entrañables que toda ciudad alberga. Colores y perfumes; formas y sonidos.
Amar Cartagena era para Andrés querer su Semana Santa. El San Juan fue, es y será para él su alfa y su omega.
El ritual de vestirse para la procesión en la casa paterna, en la calle San Diego, es algo que permanece grabado con fuego en su memoria. Californio hasta la médula, siempre ha sabido ser respetuoso con los marrajos, porque unos y otros forman parte de Cartagena.
¿De dónde le puede venir a Andrés Moreno ese oído tan fino, tan perfeccionista, capaz incluso de captar la más mínima fuga de una nota? Sin lugar a dudas, al margen los prodigios de la naturaleza, de tanto escuchar las músicas de su ciudad en magistrales interpretaciones. No podemos olvidar tampoco que desde niño, Andrés ejercitó su oído para descifrar el lenguaje de las olas al batir en los bloques del rompeolas del muelle de San Pedro o el murmullo dulce del oleaje en la playa de la Algameca.
¿Y la pasión por la radio? Otra vez doña Juanita .Desde el amanecer hasta la noche la radio acompañaba las horas de la familia Moreno-Saura. Se sabían todos los programas, conocían, al menos de oídas, a locutores y presentadores de toda España, Radio Andorra incluida. Y Andrés aprendió a imaginar realidades desde las palabras que manaban del receptor. (La radio ha sido y será siempre la gran estimuladora de la imaginación).
La entrada a la profesión le llegó, por supuesto, en su ciudad. Empezó por el sótano del hoy rehabilitado Palacio de Aguirre como técnico de alta frecuencia, los que manejan equipos emisores. Después se colocó ante la mesa de sonido y pegado a ella permanece, aún cuando ya está prejubilado en la empresa a la que opositó desde aquella estación escuela de Radio Juventud de Cartagena donde se le subía el pavo, con la consiguiente activación del acné de la adolescencia, cuando se incorporaban al trabajo algunas compañeras, sobretodo si lo hacían después de un baño en el muelle de la Curra.
Y es que a Andrés Moreno le salieron los dientes en la radio. Eso explica su pasión por el medio, su entrega siempre de manera plena, auténtica, perfeccionista, a la radio. Por dondequiera que ha ido ha quedado constancia de su buen hacer y de su categoría como persona: Cartagena, Bilbao, Cáceres, Murcia. Y en cada uno de estos lugares Andrés ejercía de cartagenero: promocionaba las bellezas de Cartagena, hacía sentir a quien le escuchara la grandiosidad del traslado, del encuentro, del miércoles o del viernes santo cartageneros.
Eso sí, Andrés no concebía el Miércoles Santo sin estar en casa, en su procesión. Terminaba el turno a la hora que fuese, cogía el avión y a desfilar. Entraba el último paso y ya estaba con el pie en la escalerilla para volver puntual al turno. Recargadas las pilas en lo que siempre tanto ha amado y ama, podía seguir la vida allí donde la radio le hubiese llevado.
Me dice su compadre Diego Gómez y coincido con él que la Semana Santa de Cartagena tiene una gran deuda con Andrés. El de Procesionista del Año es un título que se le debe, ya que ha sido, es y será procesionista cada día de su vida. Pero Andrés jamás ha hecho nada a la espera de reconocimientos o halagos. Ha trabajado siempre con impecable espíritu de servicio, con lealtad, identificado con lo que hacía y con quienes compartía tareas. Inolvidables las horas vividas en los últimos años en Radio Nacional de España en Murcia con sus incondicionales: Diego, José Luis, Ramón. Imborrables los trabajos realizados a nivel de cadena con compañeros de Madrid o de otras Territoriales. Trabajar con Andrés era hacerlo con la más segura de las redes, teniendo en cuenta que el locutor o presentador siempre trabaja sobre el alambre. Fernando Argenta, por ejemplo, al saber que contaría con Andrés en el control, se permitía el lujo de llegar a los estudios dos minutos antes del programa. La realización era perfecta.
Si hablamos de grabaciones de discos -más de treinta realizó para el sello RTVEMúsica-, con solistas: Miguel Pérez-Espejo, Curro y Carlos Piñana, Antonio Narejos, Benito Lauret, Margarita Marseglia, los Saravasti, Camerata Aguilar, la Sinfónica de Murcia, el inolvidable Miguel Angel Clares, el cuarteto Almus, Carmen María Ros, bandas de música, dúos, tríos, orfeones… con todos ellos el especialista Andrés Moreno dejó patente su técnica, sensibilidad y compañerismo. Para Andrés cada disco era algo en lo que le iba la vida y el honor. Nunca le importaron las horas que había que invertir, sólo le preocupó el resultado final. Y ahí están esos trabajos para la historia.
Reconocidos sus méritos profesionales y humanos por la Asociación de Radio y Televisión de la Región de Murcia, por su amigo Sixto que como a los buenos diestros que realizan faenas antológicas le ha dedicado el preceptivo pasodoble que lleva su nombre, ahora el Conservatorio Superior de Música ha tenido el buen acierto de dedicarle el estudio de grabaciones, su lugar habitual de trabajo, para que su memoria permanezca por siempre en esta su casa y para orgullo propio y de sus hijos Andrés, Izaskun y Pepe.
Justo, muy justo me parece el homenaje, aunque corto: Andrés no sólo merece un aula, tiene ganado el conservatorio entero. Ahora bien, su nombre está escrito con letras de oro en todas y cada una de las personas que componen el claustro y en cuantos alumnos han tenido y tienen ocasión de convivir con él; como sigue estando en quienes durante años hemos tenido la suerte de ser sus compañeros y ahora sus amigos.
Si alguna objeción tuviéramos que hacerle a nuestro Andrés es que, como casi todos los de su generación, ha sido autoexigente, responsable en exceso, sin tiempo para pensar en sí. Quizá hayamos estado demasiado pegados al blanco y negro, al gris o al azul marino a lo sumo, sin percatarnos del hermoso arco iris de la vida. Como bien dice Joaquín Sabina: «La vida no es un bloc cuadriculado, sino una golondrina en movimiento que no vuelve a los nidos del pasado porque no quiere el viento». Andrés, Sabina nos convoca, aunque sea en esta última etapa, a «vivir al revés, que bailar es soñar con los pies».
Dicho queda lo dicho, con todo cariño y admiración, querido Andrés Moreno, virtuoso del sonido, un hombre bueno en el mejor sentido de la palabra como dejó escrito don Antonio Machado.

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